Aquella noche llegó casi
corriendo a su apartamento. Entró, prendió la luz y, sin soltar lo que traía
del trabajo, se puso a mirar con sumo detalle todo lo que lo rodeaba, en busca
de cámaras. De unas horas a ese momento, la inesperada certeza de estar siendo
observado y seguido por algo o por alguien, terminó de convencerlo. Por eso
tanto apremio al regresar, tanto interés puesto en la revisión exhaustiva de su
casa, al cabo de la cual no encontró ni cámara ni micrófonos.
La tranquilidad de saber su
intimidad segura contrastó con el sinsabor de saberla también ignorada.
De
haber encontrado alguna cámara, habría podido demostrarse que algo de especial
tenía su vida; algo llamativo, algo digno de ser transmitido masivamente. Pero
no. Al parecer, todo seguía igual. Su miedo a estar siendo observado
constantemente no era más que ganas de darse más importancia de la debida.
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